Se conoce con el término de periodontitis o enfermedad periodontal a la inflamación e infección de los ligamentos y los huesos que dan soporte a nuestros dientes. Una enfermedad desconocida por el gran público pero que puede ocasionar graves problemas en nuestra salud.

La principal causa de la aparición de la periodontitis la encontramos en una gingivitis no tratada a tiempo o no tratada correctamente, es decir, en una inflamación o infección de nuestras encías. Por algo, llevamos semanas alertando de la importancia que tiene cuidar correctamente nuestras encías.

Se denomina “gingivitis” a esta inflamación o infección porque se propaga desde nuestras encías (la “gingiva”) hasta los ligamentos y huesos que proporcionan el soporte necesario a nuestros dientes.

El problema de una gingivitis mal tratada es que, al final, los dientes se acaban debilitando y pueden llegar a caerse. De hecho, la enfermedad periodontal, tan relacionada con la gingivitis, es la principal causa de pérdida de dientes entre los adultos.

Entre los niños pequeños este trastorno no es tan común, aunque no es menos cierto que a partir de la adolescencia las probabilidades de sufrir una periodontitis aumentan considerablemente.

Pero ¿cómo llega a producirse dicha inflamación o infección de la “gingiva”? Muy sencillo: es el resultado de acumular placa bacteriana y sarro en la base de nuestros dientes. Dicha acumulación hace que entre nuestras encías y dientes aparezcan pequeños huecos que, a su vez, se llenan de este sarro y placa hasta derivar en una inflamación o infección de la raíz de la pieza o piezas dentales afectadas.

Estamos hablando de un tejido muy delicado y blando como las encías, lo que hace que una inflamación allí sea un asunto de cierta consideración, de hecho, al acumularse la placa y el sarro en estos huecos, la posterior inflamación-infección se transmite hasta los tejidos y el hueso que hay alrededor de los dientes, provocando un daño aún mayor.

Pensemos que la placa contiene bacterias, lo que aumenta la posibilidad de que se produzca una infección en alguno de los dientes afectados o, incluso, lo que se conoce como “absceso dental”, es decir, una acumulación de pus (tejido infectado) en la raíz del diente o dientes infectados, con las graves consecuencias que este hecho puede acarrear.

Para empezar, una infección bacteriana de estas características, en la que se produce una acumulación de pus en el centro del diente y una inflamación de sus tejidos internos, se caracteriza por ocasionar un terrible dolor de muelas al paciente, algo bastante molesto y difícil de soportar.

Podríamos mitigar el dolor de muelas si consiguiéramos aliviar la presión que sufre el diente o dientes afectados pero sería una medida temporal: lo realmente importante, en estos casos, es detener la infección y evitar que ésta siga extendiéndose.

De hecho, si no conseguimos detener completamente la infección en un caso así, ésta seguirá causando dolor al paciente y podría acabar destruyendo el tejido de la pieza o piezas dentales afectadas, incluyendo la posibilidad de que se produzca una destrucción ósea, es decir, hablamos de palabras mayores.

Por tanto, no tiene sentido jugársela ante casos así y lo más importante es acudir al dentista habitualmente para evitar situaciones de este tipo. Al fin y al cabo, la prevención es la mejor herramienta que tenemos para combatir enfermedades dentales y otros trastornos que afectan a nuestra salud.

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